Abrir un libro de poesías, iniciar la lectura, es ingresar a un mundo de infinitos horizontes, es vivir en un tiempo sin horas ni minutos, es navegar por un río azul, rozar el agua con la punta de los dedos y dejar que la imaginación se eleve en las alas de un pájaro dorado. Entonces se escucharán sus voces, las de los poetas, que nos hablan con pasión de sueños y deseos, de amores y desamores, de ideales y realidades. En tanto fluyen las palabras, surgen la reflexión, la ternura, la emoción, las preguntas que todos alguna vez nos formulamos aunque lo importante no sea hallar una respuesta... Si al término del recorrido por ese mundo plural y armonioso a la vez, el lector siente que una idea, un vocablo, una imagen, perduran en su mente, en sus sentimientos, ya los poemas cumplieron el fin al cual están destinados: llegar a otro, trascender. Yo, que tengo el privilegio de ser tal vez su primera lectora, puedo afirmar que estos versos han dejado huellas en mi alma.