La vida... ese enigma. ¿Son reales?, ¿son ficticias? Son trozos de la vida, estas historias. Se acercan y se alejan de una realidad donde prevalece el “yo”, aunque en el proceso narrativo se disuelve en la tercera persona. Sucedidas en distintos ámbitos geográficos, a menudo se reconoce la típica gente de nuestras regiones. Los personajes quieren hacerse oír. Sus voces apelan a los lectores para que sientan como ellos, que se identifiquen, que vivan los amores, el dolor, los fracasos o la ilusión. Algunos expresan con lirismo la porción de ternura, inocencia, sinceridad, de nobles conductas. Pero otros, agazapados o sin pudor, detentan la crueldad o la atroz alevosía de lo cual son también capaces los seres oscuros cuando se descorre el velo de las apariencias. Cuando caen las máscaras. En la captura de escondidos instintos o en la descripción de pueblos, barrios y círculos se valoran logros en la composición, como así cierto barroquismo americanista y verismo en el vocabulario. Aflora la preocupación social en rasgos subrayados en algunos personajes según las zonas que habitan. El habla coloquial fielmente reproducida en determinados diálogos alcanza un dramatismo tal que redunda en un estilo de apreciable hallazgo estético. Quien hace Literatura se despoja de sí para estar con el otro y en él. Convivir con el lector, entregarle su pensamiento, prestarle emociones, hacerlo suyo. Quien entra en contacto con la Literatura ya no será el mismo. Vivirá para sí y ya nunca perderá la facultad de vivir otras vidas sin olvidar la propia. Ya nunca padecerá la soledad. Y alcanzará la plenitud.