El General Justo José de Urquiza provocó amor y odio, temor y veneración, repuestas a una forma de ser y a un accionar en la que los extremos se fusionaron. Poseedor de una personalidad en la que la coexistencia de los polos fue posible, constituyó un exponente de una sociedad en tiempos de cambio, en los que compatibilizó valores tradicionales de herencia hispana con modernidad y cambio. Una vida intensa que adoptó formas contradictorias, con un modo autoritario de concebir el ejercicio del poder, cimentando el prestigio en el fuero militar, con casi treinta años de manejo del Poder, pero sin embargo, un luchador por la sujeción a la ley y a la Constitución. Un integrante de las familias de la élite entrerriana que se impuso, como tantos otros caudillos de su tiempo en el territorio argentino, en un espacio poco comunicado y con una fuerte tradición hispana. Pero a diferencia de muchos, abierto a las exigencias de un mundo nuevo, de una modernidad en tránsito a una globalización vertiginosa e inevitable. Una personalidad que ejerció un liderazgo indiscutible en su provincia por casi tres décadas, pero declinó cuando una lenta fragmentación comenzó a erosionar el poder que cimentó su ascenso.