De un grito ensordecedor que estalló en los Virreinatos de Perú y de Buenos Aires en 1780, exigiendo para los desposeídos -indios, criollos, mestizos y mulatos - que terminaran maltratos y trabajos forzados, tributos codiciosos y comercios extorsivos emergió una figura fulgurante y un jefe carismático: Tupac Amarú II.Era descendiente de los Incas Imperiales asesinados hacia dos siglos por un conquistador que no ahorró crueldad por cometer para su conquista.Un apellido, el de Amarú, cuyo exterminio se ordena y que se borra de todos los registros, sobrevive a pesar de todo encarnado en sus mujeres, las “Hijas del Sol”, una progenie imbuida de las tradiciones de liberación. Con el horrendo desmembramiento ordenado con una crueldad que el planeta no ha olvidado, por la forma más vesánica de exterminio que recuerda la historia, el Inca Amarú marcó un hito que dejó con un nombre inextinguible una descendencia que regresa por sus mandatos libertarios.