El amor idealizado, incontrolable y febril de Abel hacia Cruz es el fundamento sobre el que el autor ha construido una historia de la que es imposible salir ileso. Desde la ingenuidad de la búsqueda a distancia de Abel en la edad temprana –vista por Cruz como la travesura de un compañero de ruta–, hasta el desenlace inevitable de la relación, todo transcurre bajo el pulso de la efervescencia.La trama se desarrolla lineal. Y si bien no pierde el orden establecido que provocan los amores correspondidos de un modo desigual, el honor herido de un hombre perdidamente enamorado es traicionado por el estallido de la ira.Hay una fuerza voluntaria, que pugna por darle entidad a la obsesión, y otra involuntaria, que nace del corazón evitando los mapas del raciocinio. Esa encrucijada pone a Abel en un rol de rehén que lo somete a la invasión de lo que quiere que suceda y, finalmente, no pasa. De ahí en más ya no es, y su mente se convierte en su peor enemiga. El resto se desdibuja bajo un escenario ambiguo: una mezcla entre la realidad objetiva y su realidad paralela.