La poesía de Marita Rodríguez-Cazaux fluye a través de un lenguaje depurado. Amor y desamor, sensualidad y erotismo, melancolía y nostalgia dominan buena parte de la obra, fusionándose, encarnándose en la voz deseada o el nombre aborrecido, en los ánimos que la lluvia arrastra, en el cautiverio o la fragilidad de una rosa, en el aleteo de una mariposa, en ausencias, en un mar ardiente, en heridas que nunca olvidan.
La voz de la autora está dotada de musicalidad y aguda sutileza, retrata la femineidad con elegancia, penetrando en fibras íntimas, en la angustia de un pasado que retorna impío, en la soledad y, por supuesto, en el goce, la dicha del amor. El intimismo no le impide reflejar el contexto social con humor e ironía.
Fernando Veglia
Marita Rodríguez-Cazaux explora la belleza del lenguaje en la potencia del hallazgo de la espera, la reflexión y el autoconocimiento: la lectura como secreto de todas las urgencias desdobladas, multiplicadoras de las voces de identidad y las búsquedas bifurcadas por sucesivos espejos, porque “Esta que soy, dista de ser aquella.”El recorrido de este poemario atraviesa la insinuación del desvelamiento del secreto, a la vez sin otra máscara lingüística más que la de acentuar la atractiva lobreguez de la epifanía, en el resguardo del próximo y utópico acto de deseo, con sólo un adiós abierto en hendedura, entre el último retorno (¿eterno tal vez?) de los resquicios de la libertad y el instante de plenitud del mañana inmediato.
Federico Von Baumbach