Pablo mira a través de un espejo retrovisor que devuelve demasiadas preguntas sobre su propia vida, porque no parece que estemos preparados, nosotros, humanos sensibles del capitalismo salvaje, para que un día, de golpe y porrazo un tío o un abuelo te diga cuando tenés doce o trece años que en realidad tus padres no murieron en un accidente a diez mil kilómetros sino que están desaparecidos.No le echa la culpa a la cocaína. Cuenta qué es consumirla y vivir –con culpa o sin ella– la degradación. Porque perder la capacidad de decidir sobre sí mismo qué hacer y sobre todo cuándo hacerlo es degradante.Las historias de Pablo y las comunidades terapéuticas están llenas de relatos pequeños, contradictorios, opresivos y liberadores, de amor y de deslealtades.No hay personas que vayan a esos espacios terapéuticos si no es por su propia decisión, de otra manera no sirve.