Nobenia es un país pequeño, hermoso, hermético. Corre el año 1980. La vida transcurre en una forzosa normalidad, y sus habitantes conviven entre cautelas y secretos. No es una vida espontánea, ni fácilmente asequible. La pasada guerra civil ha dejado demasiadas marcas en todos ellos, como quien lleva cicatrices que prefiere ignorar para no recordar el dolor, o para negar algún complejo que se arrastra hasta el presente. También ocultan la grieta que quedó entre ellos, que es tan evidente como el silencio que comparten. Pero ese silencio es apenas un remedio viejo y fracasado para sobrellevar el dolor. 
No hay rivalidad posible, porque ya no hay más luchas; sólo quedó la dominación de unos sobre otros. Lobos y ovejas coexisten en una fingida armonía, con perpetua desconfianza, impedidos de ver las heridas que perduran indefinidamente. Todos creen que es mejor callar, aunque la prudencia fuese una farsa. La desconfianza se convirtió en la verdadera culpable del ostracismo en Nobenia. Sin embargo, nadie parece darse cuenta de que propagan la desconfianza, esa epidemia nefasta que mantiene a todos en el cautiverio de su soledad.
Solo unos pocos desafían esta vida, y sobreviven anhelando una salida, como Rudi, Matías, Ana y José. Aunque se desvanezcan los rastros de aquello que alguna vez fueron, sus recuerdos se resisten a desaparecer por esa particularidad que tiene el ser humano, la del espíritu incontenible que siempre lucha por surgir.