Tras la experiencia de ¿Cuentos fantásticos… o reales? que hemos vivido, nuevamente Raúl Basail nos vuelve a sorprender con sus relatos. En esta nueva presentación no nos deja de asombrar con sus historias, que en realidad nos mantienen pensando si ellas no serán relatos de la vida real. No pretendo con esto realizar ningún tipo de comparación, que lleve a la modalidad de ningún otro escritor. No. Sus temas, si bien aparentan ser relatos verídicos, sólo son ficción en su totalidad. Como habíamos comentado en el libro anterior, su observación de la vida cotidiana, evidentemente ha sido el motor de sus ficciones, y su modo narrativo, coloquial, nos lleva a involucrarnos de modo tal, como si estuviéramos escuchando el relato de una historia que se nos está contando. El modo llano de sus cuentos, desprovisto de elucubraciones que se demoren en su desarrollo, hacen que lo escueto de sus historias nos apremien a detenernos en cada frase, ya que cada una de ellas nos quiere representar algo más de lo que dicen en sí mismas. En este volumen nos lleva a jugar un juego entre Eduardo y Cristina, Cristina y Eduardo, en el que nos transporta a la búsqueda de su relación, aunque también a su independencia. Esta nueva presentación nos muestra al autor en una etapa en la que nos deja alguna frase sutil en más de un sentido, como también la puerta abierta en cada relato. Nos mantiene en una incertidumbre en la que es nuestra tarea la búsqueda de la clave, que se encontrará inmersa dentro de cada uno de ellos. Como en todo cuento, cada párrafo puede llevar, en su interior, un mensaje. Una clave. Y Basail se aferra a esa rigidez estructural que podría decirse, en ocasiones, en forma estricta, diríamos hasta obstinada en la búsqueda de su pureza conceptual. Este nuevo volumen nos dejará pensando que ciertos temas que asumimos como cotidianos, pueden llegar a no ser tanto como los suponíamos. La portada de la obra vuelve a ser de su autoría. Niega rotundamente, ante la pregunta, el origen onírico de la misma. Muy por el contrario, es una obra profundamente meditada, conceptual y abarcativa, pero de un -concepto- y no de un acontecer concreto. Y ese concepto abarcativo es la representación global de su obra narrativa. Joaquín Argañaraz